En un sufrido juego, los Piratas siguen navegando en la temporada al ganar 20-19 a los Pig Machine
Las aguas lucían calmas, la calidez y lo pacifico eran algo inusitado para aquellos que estaban acostumbrados a librar olas traicioneras y uno que otro monstruo marino, de esos que, en teoría, solo aparecen en cuentos y leyendas los cuales han sido recabados por ciertos marinos -muchos de ellos en un notorio estado de ebriedad-, por lo que su veracidad llega a ser un tanto cuestionada.
Los Piratas aún no se recuperaban del todo, el navío seguía dañado después de haber caído en las garras de una bestial marea roja que los desvió de su camino, evitando así el llegar a su ansiado destino. Pero bien dicen que el silencio solo anuncia el ruido de la calma que antecede al huracán y en este caso no fue la excepción pues los amos de los siete mares estaban por enfrentarse al máximo terror existente para ellos, la legendaria máquina rosa de la destrucción, el kraken porcino.
¿De verdad existe? Por supuesto, nuestras fuentes etílicas no mienten (eso reza el dicho), y aquella enorme bestia rosada le hacía frente a los Piratas con la única finalidad de hundir al indómito (nombre del navío), aquel barco que había resistido de todo se ponía enfrente de su prueba máxima. Los cañones no tardaron en cargarse de pólvora para comenzar con el certero ataque pues las balas dieron en el objetivo y los corsarios estaban a la delantera (TD de Alejandro Castro).
Aquello no hizo más que despertar aún más la ira del llamado Pig Machine, cuyos chillidos eran ensordecedores y terminaban por dejar pasmados a sus rivales. Presas del miedo, los amos de los siete mares quedaron momentáneamente petrificados ante el monstruo rosado quien no dudo en golpear la barcaza, con sus tentáculos, en tres ocasiones (anotaciones de Daniel Madrid, José Manuel Olvera y Gabriel Aguilar). El daño fue brutal, pero, pese a toda la destrucción, hubo algo que sorprendió a propios y extraños: el indómito seguía flotando.
Los Piratas se aferraban a la vida, hacían de los escombros sus salvavidas y de a poco se iban reincorporando al navío para seguir dando plomo al kraken porcino. El detalle es que la pólvora era escasa y no era suficiente para mantener el ataque con los cañones, dependían de los arpones y unas cajas de dinamita que lograron mantener secas para el momento preciso. No había mañana, la ofensiva tendría que ser rústica, ingeniosa, pero certera. No quedaba otra opción.
Y así ocurrió, la dinamita fue encendida con la mecha suficiente y atada al largo y letal arpón. No había margen de error, no quedaba otra opción, solo dos cargas para dar en el blanco o su vida quedaría en el fondo del mar. El capitán grito «fuego«, pero el humo no permitió ver si habían dado en el objetivo. Un silencio sepulcral se apoderó del ambiente hasta que sonó el inconfundible sonido de aquella explosión que daba por concluido todo (otro TD de Castro, un safety y una anotación de Alberto Cárdenas). La máquina rosa de la destrucción había caído y el indómito veía sus velas izar un día más.