Con final de alarido, los Mustangs vienen de atrás para derrotar 22-21 a los Peleadores.
Pocas relaciones tormentosas había en la liga, era raro quien se topaba con alguna, pero había un caso especial, hasta cierto punto particular, el de los Mustangs con la derrota. Eran uno mismo, incluso se puede hablar en términos muy críticos como un “cheque al portador”. En sus manos aprendieron a beber agua, eran unos corceles que se quedaron presos en su corral. Pero todo tiene un límite y más cuando el alimento era tan poco pese al amor que se tenían.
El relinchar de ‘Los Indomables’ era sólo para la derrota, sin ella no podían cabalgar a otro claro. Pero los dejaron solos, confundidos y olvidados y otra mano les ofreció el fruto anhelado. La victoria vino a rescatar a los equinos sin rumbo, los ha guiado hacía la tierra prometida superando todos los obstáculos hasta toparse con los siempre férreos Peleadores que llegaban en igualdad de circunstancias pues ninguno conocía la derrota.
El partido sacó lo mejor de ambos conjuntos, nadie se quedó con el as bajo la manga, todos jugaron sus mejores cartas, en especial ‘Los Irlandeses luchadores’ que usaron a sus dos mejores hombres, los principales orquestadores, las manos efectivas de Adrien Moy y Walter Pérez. Si hay duda de su poderío, basta con ver el triplete que hicieron entre los dos más una solitaria conversión. El invicto que poseían no era en vano.
La derrota se acercaba, veía todo y estaba dispuesta a darle una nueva oportunidad a los Mustangs, pero ellos no querían nada “La primera vez que ofreces para que yo aquí me quede, pero sin amarte ya ¿Qué ganaría?”, le dijeron a la derrota y se fueron con la victoria para lograr la hazaña.
Fue Edgar Mares, el doblete de Edgar Lezama, las conversiones de Arturo Huizar y Raúl de la Rosa, apoyados en todo momento por Mario Gutiérrez y el resto del roster para darle la vuelta al partido en los instantes finales del mismo. Los Peleadores no daban crédito, no creían en lo que veían, pero el honor los hizo reconocer a sus rivales, mismos que, al final de todo, gritaron a todo pulmón “Lo que un día fue, no será…”